Frecuentemente,
me encuentro con personas que son presa de un enorme
pesimismo al ver los eventos climáticos tan severos que
está causando ya el calentamiento global y, sobre todo,
percibo desesperanza de frente a los pronósticos sobre
los escenarios francamente dantescos de lo que nos
espera aún realizando los esfuerzos recomendados por los
Acuerdos de París para la lucha en contra del cambio
climático. Pensar que nuestros problemas no tienen
remedio nos lleva, casi de manera automática, a
permanecer pasivos en la inacción; pero ahí es cuando
debemos voltear a ver los ejemplos exitosos que han sido
el resultado del diálogo basado en las evidencias de la
ciencia y de la concertación política donde el interés
superior es el de la colectividad en su conjunto.
Cuando alguien me dice que ya no tiene caso realizar
acciones individuales para combatir al cambio climático
(como reducir el uso del automóvil, optar por energía
más limpia o ser más racional con el manejo de nuestros
desechos), me gusta hablarles de un reto ambiental
formidable que la humanidad enfrentó hace ya 32 años y
que hoy está resuelto casi en un cien por ciento: la
destrucción de la capa de ozono del planeta.
Gracias al trabajo de un grupo de científicos
-encabezado por el mexicano Mario Molina-, fue posible
determinar que, efectivamente, las actividades humanas
estaban afectando a la capa de ozono que se encuentra
entre los 15 y 30 kilómetros de altura de nuestra
atmósfera (en la estratósfera), lo que destruía al
escudo natural que protege a la vida en el planeta
evitando el ingreso de los rayos ultravioleta dañinos (UV-B
y UV-C), dejando entrar solamente a los menos peligrosos
(los UV-A).

En 1987, se informó al mundo que la producción y uso de
sustancias conocidas como CFC´s (CloroFluoroCarbonos)
eran la causa directa de la disminución de la capa de
ozono, por lo que 22 países decidieron firmar -el 16 de
septiembre de ese año- el Protocolo de Montreal, en el
que acordaron la suspensión total de la producción y
utilización de estas sustancias; poco tiempo después,
190 naciones del mundo se adhirieron a este histórico
Protocolo. Los CFC´s estaban en la industria, en el
comercio y en los hogares de prácticamente todo el
mundo, en los sistemas de refrigeración, aires
acondicionados, disolventes, extinguidores y otros
productos de uso cotidiano.
Erradicarles entonces parecía un reto titánico y, para
muchos, difícilmente realizable; pero hoy, a 32 años de
distancia, el ritmo de recuperación de la capa de ozono
ha sido sorprendente y este problema que amenazaba a la
salud y a la vida misma en el planeta está prácticamente
resuelto. Durante los primeros 20 años de funcionamiento
del Protocolo de Montreal -es decir, entre 1990 y 2010-,
se evitó que más de 135 mil millones de toneladas de
emisiones equivalentes a dióxido de carbono llegaran a
la atmósfera. Los beneficios son numerosos: se estima
que, para el 2030, cada año podrán prevenirse hasta dos
millones de casos de cáncer de piel en todo el mundo; en
lo económico, se podrán evitar daños a la agricultura, a
la pesca y a otros recursos naturales, beneficios que
ascenderán a los 2 mil 200 millones de dólares.
De acuerdo con estimaciones del doctor Mario Molina, el
problema de la disminución de la capa de ozono del
planeta quedará resuelto definitivamente en una o,
cuando mucho, dos décadas.

Así que, cuando hablamos de un problema tan serio como
el calentamiento global o el cambio climático, debemos
sentir optimismo al saber que hoy reconocemos cuáles son
sus principales causas y que está en nuestras manos
poderlas controlar; sin embargo, debemos entender que es
necesario que todos, sociedad y gobierno, asumamos el
compromiso que a cada uno de nosotros corresponde para
-como ha sucedido con el Protocolo de Montreal y la
protección de la capa de ozono-, en un futuro podamos
ver resultados halagüeños.
Nuevamente lo reiteramos: la ciencia debe ser la mejor
aliada de las decisiones que tomemos en lo individual,
en nuestras comunidades y, sobre todo, en las acciones
de gobierno que a todos afectan.
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