Consumo responsable, percepción de riesgos y responsabilidad ambiental en México

Ponencia presentada en el Tercer Simposio de Investigación Aplicada a los Negocios, de la Universidad Anahuac del Sur, el día 21 de octubre de 2009, por el Lic. Francisco Calderón Córdova [1]

 

 

Consumo responsable y medio ambiente.-

Para todos aquí es claro que el acto de producir y consumir bienes y servicios de cualquier índole, conlleva necesariamente impactos de diferentes magnitudes sobre la disponibilidad y la calidad de los recursos naturales y en el medio ambiente en su conjunto. También, me parece que todos estamos atentos a los persistentes signos que evidencian una relación dislocada entre el mercado y la ecología, entre los paradigmas del desarrollo y el permanente cambio de las condiciones naturales y de la vida en la Tierra.

A lo largo de la historia, la humanidad ha ingeniado e instrumentado transformaciones significativas sobre el entorno natural y para su beneficio. Actividades como la agricultura, el comercio, el transporte o la producción de energía –entre muchas otras-,  además de permitir significativos avances culturales han traído y traen impactos de diferentes escalas y magnitudes sobre la salud del planeta. Comunidades enteras (como se conoce ha sucedido a lo largo de la historia) desaparecieron por las consecuencias críticas de un consumo desequilibrado o desfasado de las condiciones naturales de su entorno, y muchas otras han sido capaces de sostenerse y adaptarse fundamentalmente a través del desarrollo científico y tecnológico.

En nuestros días, fenómenos como el calentamiento global, el cambio climático y la pérdida acelerada de los recursos naturales, constituyen ya nuevos obstáculos y desafíos para el desarrollo presente y futuro de la humanidad. De manera contundente, se ha identificado una estrecha causalidad entre las actividades humanas y el calentamiento global. Está documentado que –a partir de la Revolución Industrial del siglo XVIII-, la elevación en la concentración atmosférica de dióxido de carbono (CO2) y de otros gases de efecto invernadero (como el metano, el ozono, los óxidos de nitrógeno, los clorofluorocarbonos), tiene como causa directa la utilización del carbón y del petróleo para la producción de energía y/o su transformación en bienes de mercado.

Y no sólo esto. Se sabe –por ejemplo- que el nivel de consumo de productos cárnicos y lácteos en el mundo, ha favorecido la instalación de una industria ganadera que, además de degradar los suelos y contaminar el agua, genera hoy más gases de efecto invernadero que todo el sector transporte (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, FAO). La producción pecuaria es responsable del 37% de la emisión de metano a la atmósfera, un gas de efecto invernadero 23 veces más dañino que el CO2 y que se genera en su mayor parte en los sistemas digestivos de los rumiantes.

Otro dato representativo del vínculo dislocado entre mercado y medio ambiente, es la situación presente de las pesquerías en todo el planeta y, en particular, la dramática reducción en la población mundial de especies como el tiburón, el camarón, el atún, la manta raya y el mero, entre muchas otras. La “Lista Roja de Especies Amenazadas” de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), documenta que el 38 % de un total de 45 mil especies marinas y terrestres conocidas, están hoy en grave peligro de extinción debido fundamentalmente a la sobreexplotación de sus poblaciones y a la destrucción de sus hábitats para satisfacer las crecientes demandas de un mercado cada día más uniformado en cuanto a patrones de consumo y, desde luego, más globalizado en sus alcances.

Éstas y muchas más evidencias, han favorecido que grupos de consumidores en casi todo el planeta impulsen entre distintos segmentos de la población mejores hábitos para seleccionar y decidir el tipo de productos que adquirirán en sus compras. Como históricamente ha sucedido con los llamados “boicots comerciales” (donde los consumidores pueden presionar mediante sus compras a las empresas y exigir prácticas para tener un comercio más justo), quienes hoy promueven el consumo responsable persiguen incorporar criterios ambientales en la decisión de compra y, con ello, abonar a la estructuración de un mercado mundial que pondere de mejor forma sus externalidades, reduzca efectivamente y revierta el deterioro del medio ambiente.

Sin lugar a dudas, es necesario encontrar nuevos paradigmas y herramientas para avanzar en el desarrollo económico, garantizando la protección, la preservación y la sostenibilidad de los recursos naturales y del medio ambiente. El aprovechamiento del conocimiento científico, la innovación tecnológica y el fomento de mejores hábitos de consumo, sin duda nos conducirán a una valoración más integral y menos cortoplacista de los costos y los beneficios ambientales del desarrollo.  

Una definición de consumo responsable –o consumo sostenible- que me parece muy completa, es la propuesta durante el Simposio de Oslo, en 1994, y adoptada por la tercera sesión de la Comisión para el Desarrollo Sustentable (CSD III) en 1995. Se define como consumo sostenible: el uso de bienes y servicios que responden a necesidades básicas y proporcionan una mejor calidad de vida, al mismo tiempo minimizan el uso de recursos naturales, materiales tóxicos y emisiones de desperdicios y contaminantes durante todo el ciclo de vida, de tal manera que no se ponen en riesgo las necesidades de futuras generaciones[2].

En la república mexicana operan diversas agrupaciones de consumidores y organizaciones de la sociedad civil, instituciones públicas y privadas, que buscan influir en los consumidores a fin de modificar y transformar sus hábitos de compra y fortalecer el uso de bienes y servicios que son amables con el medio ambiente. Por su parte, existe ya un significativo conjunto de “empresas verdes” que ofertan bienes y servicios con pocos o ningún impacto sobre el medio ambiente; hay negocios y organismos públicos que promueven el consumo sostenible en actividades como la agricultura, la producción de alimentos, la industria de la construcción, la generación y uso de energía eléctrica, el transporte y el aprovechamiento racional del agua, entre muchas más[3].

Desafortunadamente, el tránsito del desarrollo socioeconómico hacia esquemas de mayor sostenibilidad no está ocurriendo al ritmo que muchos esperaríamos –o a la velocidad que la gran mayoría de los ecosistemas requerirían. Sobre todo, puede ser frustrante presenciar la recurrencia con la que se están manifestando fenómenos como el cambio climático, la pérdida de la diversidad biológica o el crecimiento de la pobreza y, por otra parte, constatar la palidez, la casi invisibilidad de políticas públicas y la escasa formación de alianzas intersectoriales para trabajar con el criterio de revertir el deterioro y la pérdida del capital natural[4].

Desde luego, hay que reconocer que en el país existen de manera aislada ejemplos de comunidades o de empresas que están tomando medidas decisivas para modificar patrones de consumo y cuidar al medio ambiente. Un caso destacable es el de la empresa Cemex que, mediante inversiones destinadas a la construcción de campos para la generación de energía eólica en la zona de La Ventosa, en el estado de Oaxaca, pretende cubrir en un 25% sus necesidades de electricidad y, consecuentemente, reducir la cantidad de sus emisiones de CO2 a la atmósfera. Desafortunadamente, el proyecto ha experimentado complicaciones políticas por la falta de transparencia en las negociaciones y en los acuerdos tomados entre los inversionistas, las autoridades públicas y los ejidatarios dueños de la tierra.

En México, se ha privilegiado una visión del consumo sostenible como una responsabilidad individual por la que se puede optar o no. Como consumidores podemos elegir entre un número relativamente amplio de ofertantes de productos y de servicios para cubrir nuestras necesidades personales y/o familiares de alimentación, vivienda, educación, vestido, transporte y recreación, entre otras; por su parte, ciertos servicios (como el agua potable, la electricidad o la comunicación telefónica) son satisfechos por prestadores únicos o por monopolios públicos y privados. Se dice entonces que, en la medida que hagamos una elección inteligente y un uso moderado de lo que podemos adquirir, seremos consumidores responsables.

Es preocupante constatar que una abrumadora mayoría de quienes habitamos en las grandes ciudades del país, ignoramos –ingenua o deliberadamente- el tipo de daños que estamos provocando en el medio ambiente como consecuencia de nuestra manera de consumir. Si el volumen de residuos sólidos y de basura que se producen diariamente en las 16 delegaciones del Distrito Federal (más  de 13 mil toneladas diarias)[5] no resulta tan elocuente como para sostener esta afirmación, entonces el tema del aprovechamiento del agua (350 litros al día por habitante) o el del uso energético en el transporte de la capital del país nos aportarán más indicadores para percibir esta indiferencia de nuestra responsabilidad ambiental.

 

Percepción de riesgos ambientales y medios de comunicación.-

En la gran mayoría de las reuniones, conferencias y cumbres internacionales[6] organizadas para abordar el tema de la protección ecológica  y la preservación del  medio ambiente, ha habido consenso en que para alcanzar el desarrollo sostenible es indispensable que la sociedad disponga y esté ampliamente informada de la problemática ambiental, y –sobre todo-  que tenga una participación activa en la construcción de las soluciones.

 Desafortunadamente, en México las cosas no están sucediendo así; al menos, no con la contundencia que el deterioro ambiental de nuestro territorio nos está demandando. Ya sea porque existan alianzas perversas entre las autoridades y ciertas empresas para tratar de ocultarle a la opinión pública las externalidades de su operación (caso Pemex) o simplemente porque se ignora estarles causando, el hecho es que subsisten percepciones distorsionadas, enfoques distintos y en ocasiones confrontados entre los diferentes sectores de la sociedad respecto de los problemas ambientales que aquejan al país. En mi opinión, esta fragmentación en la percepción social de los riesgos y de las alternativas de solución disponibles, inhibe y debilita cualquier iniciativa para emprender acciones colectivas y certeras en favor del medio ambiente.

 Un ejemplo: Creo que no existe duda entre quienes estamos medianamente informados de que uno de los principales problemas ambientales en la Ciudad de México es el del acceso, la disponibilidad y la calidad del agua. No  hay que ser un especialista en el tema para darse cuenta de que cientos de miles de familias en el oriente del Distrito Federal, en la delegación Iztapalapa y –cada vez más- en otras zonas de la ciudad, padecen cotidianamente de una aguda escasez y de la dudosa calidad del líquido. A pesar de ello, llama poderosamente la atención que las denuncias ciudadanas que en materia de agua ha recibido la Procuraduría Ambiental y del Ordenamiento Territorial del Distrito Federal [7] –desde el año 2002 a la fecha-, significan solamente el 3.5% del total de las quejas presentadas ante esta autoridad ambiental local.

 Sorpresivamente, la contaminación auditiva y por vibraciones, los cambios de uso de suelo y la afectación de las áreas verdes, representan en su conjunto las dos terceras partes del total de las denuncias que la ciudadanía presenta ante la PAOT. El problema de la basura, de acuerdo a este organismo público descentralizado de la administración pública local, apenas alcanza un 8% del interés ciudadano para presentar denuncias. Es decir, el ciudadano promedio del Distrito Federal percibe como los principales problemas ambientales de la ciudad aquellas molestias que, de manera inmediata, afectan a su calidad de vida.

 

Por su parte, y de acuerdo al análisis realizado durante el período 2003- 2007, los medios de comunicación impresos y electrónicos que cubren el acontecer cotidiano de la capital del país, consistentemente identifican como la principal problemática ambiental en la ciudad a las complicaciones en la vialidad y en el transporte, así como las consecuencias que tiene la realización de obras gubernamentales sobre las condiciones del espacio público, en el funcionamiento normal de la ciudad o en la calidad de vida de sus habitantes[8]. Sólo de manera coyuntural o ante el surgimiento de situaciones de emergencia, temas como el aprovechamiento del agua o el manejo integral de los residuos sólidos ocupan el interés de los medios de comunicación masiva.

 Si consultáramos, por otro lado, a los especialistas e investigadores ambientales cuál es su opinión de los problemas ambientales prioritarios en la Ciudad de México, muy seguramente el tema de la sostenibilidad hídrica y el de la pérdida de la capa forestal y de la biodiversidad en el suelo de conservación del Distrito Federal estarían entre los primeros sitios.

 En este sentido, me parece que es urgente configurar una percepción pública más inclusiva y que realmente refleje la situación ambiental de todas y cada una de las regiones del país y, desde luego, insertarle en su dimensión global. No sólo se trata de que todos tengamos más o menos el mismo conocimiento de los problemas ambientales de nuestra ciudad, de nuestra región o del país, sino que seamos capaces de insertarnos y vernos como actores de esta realidad. Me parece que sólo entonces podremos identificar cuáles son las causas del deterioro de nuestra calidad de vida y, aún más importante, de qué manera estamos contribuyendo en lo individual a incrementarle o a abatirle y proponer soluciones.

 

Responsabilidad ambiental de las empresas

 Y es aquí donde el tema del consumo responsable se perfila como un valioso catalizador en la conformación e integración de una nueva percepción social de la problemática ambiental, así como en potencial detonador de acciones colectivas capaces de revertir las tendencias del deterioro de los recursos naturales y del entorno. El papel de los medios de comunicación como indiscutibles formadores de percepciones sociales pero, sobre todo, como poderosos inductores de hábitos de consumo entre la población, deberá ser –como lo es hoy- protagónico y transitar de la simple promoción del interés comercial o político, hacia el fortalecimiento de la responsabilidad social y ambiental como un compromiso esencial de todos los sectores y regiones del país.

 En el terreno de la gestión de las empresas productivas y comerciales del país, tanto privadas, públicas o sociales, hay buenas noticias en cuanto a la adopción de mejores prácticas administrativas y para el consumo responsable de los recursos. Muchas organizaciones están identificando y aprovechando nichos y áreas de oportunidad, con el objetivo de mejorar notablemente su desempeño ambiental, reducir los costos y las externalidades de su operación, y aportar beneficios tangibles a la sociedad. Así, por ejemplo, la incorporación de sistemas de administración ambiental no sólo está aportando visibles economías y ahorros en los consumos de electricidad, agua y de otros bienes materiales de las organizaciones; también, se está generando una transformación en la manera en que se mide el desempeño, los costos, los beneficios y el éxito de muchas empresas e instituciones.

 Un ejemplo destacado de lo que digo es lo que está haciendo la Universidad Anáhuac del Sur, que no sólo incorpora temas ambientales en este tipo de encuentros entre académicos, expertos y estudiantes; sino que, en su gestión cotidiana y con la participación de toda su comunidad, ha venido instrumentando acciones puntuales para el aprovechamiento racional del agua, el uso eficiente de la energía, el manejo integral de sus residuos y la recuperación de espacios verdes, entre otras acciones.

 Finalmente, me resulta evidente que las empresas están llamadas a conformar y fortalecer, tanto en su interior como entre los consumidores de sus bienes y productos, hábitos que favorezcan el aprovechamiento sostenible de los recursos y el desarrollo armónico de sus potencialidades. Pero también, están llamadas a participar en la promoción y en el impulso de alianzas intersectoriales, que contribuyan al goce pleno de nuestro derecho a contar con un medio ambiente adecuado para nuestra salud, el desarrollo y bienestar de todos los mexicanos. ▄

 

 

[1]  Licenciado en Ciencias Políticas y Administración pública, columnista y especialista en temas ambientales en diferentes medios de comunicación electrónicos e impresos. www.diversidadambiental.org

[2] Consumo Responsable; Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Monterrey: http://www.itesm.la/tag/simposio/

[3] Directorio “Las Páginas Verdes”, México, http://www.laspaginasverdes.com

[4] El capital natural lo componen todos los activos naturales originados por la naturaleza misma, y que son patrimonio de la sociedad como un todo. Por lo general son difíciles de valorar en términos económicos, pero su uso adecuado tiene la capacidad de potenciar el crecimiento económico del país. Entre ellos destacan el suelo, el subsuelo, el agua, el bosque, el aire, la biodiversidad, los recursos pesqueros y el paisaje. Hasta hace poco tiempo, el manejo de la mayoría de estos recursos no implicaba un intercambio monetario y se consideraban bienes libres. Este concepto ha venido evolucionando hacia el reconocimiento de su valor económico, principalmente por medio de la creación de mercados de servicios ambientales.

[5] Véase: Inventario de Residuos Sólidos del Distrito Federal, 2006, en: http://www.sma.df.gob.mx/intranet/privados/sirs/descargas/inventario_residuos_solidos.pdf 

[6] La primera reunión de este tipo convocada por la ONU, fue la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente Humano, en Estocolmo en el año de 1972.

[7] Ver Resultados e Información Estadística de la Procuraduría Ambiental y del Ordenamiento Territorial del Distrito Federal, en: www.paot.org.mx

[8] Véase: Presencia Temática en Medios (2002-2009), en www.paot.org.mx

 

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